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PREPARAN MUESTRA CON DIBUJOS Y PINTURAS DE JOSE FERRARI


Buenos Aires, 28 de abril - La obra de José Pipo Ferrari (Milán, 1930 - Buenos Aires, 1995) regresa convocada por la muestra de dibujos y pinturas que se inaugurará el 30 de mayo en la galería Coppa Oliver Arte.
Un regreso que pone en evidencia una vez más la calidad de una obra reconocida por colegas y discípulos, y que el artista prefirió mantener oculta, casi secreta.
Los motivos de esta voluntad es un secreto que el artista jamás reveló. La decisión admite varias conjeturas que giran en torno a una autocrítica despiadada, a la búsqueda de lo absoluto. Tal exigencia era la contracara del hombre irónico, formidable narrador y polemista temible, generoso, creyente hasta el misticismo y finalmente inasible.
Vivía como un asceta, y el poco confort de su taller abierto a todos se lo impusieron sus discípulos y sus amigos y colegas Guillermo Roux, Antonio Pujía, Roberto Páez, Julio Racciopi.
Pero la contrapartida de la buscada modestia estaba en la biblioteca magnífica, la colección de máscaras y marionetas de todo el mundo y en la suntuosa calidad de las telas, papeles y óleos que empleaba sin mirar en gastos.
Un lujo al que sumaba el rico terciopelo labrado que cubría su violín, el detalle que faltaba a este excepcional dibujante para emparentarlo con Jean-Auguste Dominique Ingres.
Siempre fue misterioso con su trabajo, recuerda Roux que compartió amistad, casa y taller en San Salvador de Jujuy. A pesar de la convivencia los amigos sólo atisbaban la tela sobre el caballete que al otro día desaparecía, o podían hojear las libretas de apuntes, los dibujos apilados en alguna habitación

Esos cuadernos de apuntes fueron dados a conocer en la muestra que los amigos organizaron, a sus espaldas, en galería Van Riel en 1982. Halagado y confuso Pipo Ferrari les enrostraba el "complot" de "esos contrabandistas hormigas" que llevaron a hurtadillas el material tomado del taller hasta la galería de la calle Talcahuano. Fue una auténtica revelación.




A los cincuenta años entraba a escena deslumbrando con un dibujo de precisión y gracia renacentista.

Realizados a lo largo de sucesivos carnavales norteños Pipo Ferrari buscaba en las máscaras la esencia del rito, de la celebración donde lo sacro y lo profano citaban al mito esencial. Ese absoluto que buscó en Amerindia, renovación de otras máscaras y rituales de otros tiempos, continentes y culturas.
La savia viva del trazo a pluma se sintetizaba, ordenado en geometría en las pinturas al óleo. Los audaces contrastes de color de los fugaces e involuntarios modelos se trocaba en armonías agrisadas, terrosas, como seres y máscaras entrevistas bajo ceniza ancestral.
Estas pinturas evocan la Comala de Juan Rulfo o los rescoldos del jujeño Héctor Tizón. Son apariciones, fantasmas sin tiempo.
Entre el apunte del natural y las pinturas elaboradas, insistidas, Ferrari estableció la mediación de las técnicas mixtas.
El tamaño del soporte, las veladuras de la témpera sobre el pastel, las erosiones producidas por la diferente densidad de los pigmentos filtra otras inquietudes. Recomponía los fragmentos de la experiencia vivida y la instalaba en la dimensión del ícono. La raíz surreal se unía a la raíz mítica, al absoluto que buscó de manera incesante
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Esta obra fue ganada con tesón al agotador trabajo docente. Ferrari se repartía en cátedras infinitas disgregadas en las escuelas de Bellas Artes de Buenos Aires, Luján, Ciudad Evita, Luján y en las clases particulares en su taller. Estos discípulos y los amigos fueron quienes lo dieron a conocer, los mismos que reincidieron organizándo otra muestra en Córdoba, en la galería Giacomo Lo Bue.
A su muerte su obra fue presentada en el museo Fernán Félix De Amador (Luján) y en el Museo Eduardo Sívori (Buenos Aires). La dimensión de esta obra casi desconocida se asoma ahora en la muestra que se inaugurará el 31 en Talcahuano 1287, hasta fin de junio
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Elba Pérez, abril de 2006