De dos cartas a André Rouveyre, en junio de 1947. En " Reflexiones sobre el arte " , Henri Matisse – selección y notas de Dominique Fourcade, Emecé Editores, Buenos Aires, 1977

« Salgo de una sesión de pintura particularmente penosa. Cuando me explicás por qué no trabajás pienso que sos la sabiduría misma. Creo que continúo siendo un viejo loco, como decía la Señora de Cézanne de su marido ; también me contaron que la mujer de Pissarro decía lo mismo del suyo. Estas mujeres, humildes, sirvieron a sus maridos con sus modestos medios y juzgaron a sus héroes como si hubiesen sido simples carpinteros obstinados en construir mesas con los pies en el aire.
Soy un viejo chiflado que quiere recomenzar su pintura para poder morir satisfecho, cosa que sin embargo es imposible.
…estoy metido en un camino y en una búsqueda penosa que me parece desmesurada por el poco tiempo de vida que me queda. Y, sin embargo, para ser sincero conmigo mismo, no puedo actuar de otra manera. »

«La vida es corta, el tiempo es largo… En este momento es penosa para mí. Le dedico a un cuadro desde las diez de la mañana hasta pasado el mediodía ; el resto del tiempo siento el peso de ese cuadro que me exige muchos esfuerzos y el peso de la vida y mis insomnios, que me consumen mucha energía. Sin embargo, desde que he vuelto a trabajar, hay dos telas que creo que son excelentes ; tengo, además, algunos buenos dibujos. »

 
"La Poética del Espacio", Gastón Bachelard, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, segunda edición en español, 1975

Toda gran imagen simple es reveladora de un estado del alma. La casa es, más aun que el paisaje, un estado del alma. Incluso reproducida en su aspecto exterior, dice una intimidad. Algunos psicólogos han estudiado los dibujos de casas hechos por los niños...

... pedirle al niño que dibuje una casa es pedirle que revele el sueño más profundo donde quiere albergar su felicidad; si es dichoso, sabrá encontrar la casa cerrada y protegida, la casa sólida y profundamente enraizada. Está dibujada en su forma, pero casi siempre hay un trazo que designa una fuerza íntima. En ciertos dibujos es evidente, dice Francois Minkowska, que hace calor adentro, hay fuego, un fuego tan vivo que se lo ve salir de la chimenea. Cuando la casa es feliz, el humo juega suavemente encima del tejado. Si el niño es desdichado, la casa lleva la huella de las angustias del dibujante. Francois Minkowska ha expuesto una colección particularmente conmovedora de dibujos de niños polacos o judíos que padecieron las sevicias de la ocupación alemana durante la última guerra. El niño que ha vivido escondiéndose a la menor alerta, en un armario, dibuja mucho, después de aquellas horas malditas, casas estrechas, frías y cerradas. Y así Francois Minkowska habla de “casas inmóviles”, casas inmovilizadas en su rigidez: “Esa rigidez y esa inmovilidad se encuentran igualmente en el humo y en las cortinas de las ventanas. Los árboles que la rodean son rectos, parecen vigilarla.”

...en la casa dibujada por un niño de 8 años, Francois Minkowska observa que en la puerta hay “un tirador”; se entra en ella, se habita, no es sencillamente una casa-construcción , es una “casa-habitación”, un signo frecuentemente olvidado en los dibujos rígidos.
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..el “tirador de la puerta” no podría de ninguna manera dibujarse a la misma escala que la casa. Es su función la que se superpone a toda preocupación de tamaño. Traduce una función de apertura.
En el reino de los valores la llave cierra más que abre. El tirador abre más que cierra.

 
En " Diane Arbus ou le rêve du naufrage " , Patrick Roegiers, Editions du Chêne, París, 1985

« Porque si la foto autoriza ver lo que es habitualmente prohibido, el monstruo, posando, también nos observa. Observa el ojo fijo del observador ausente que lo mira. Y, previendo los reproches silenciosos, testimonia en secreto su deseo perverso y mostruoso de querer ser como nosotros. De este modo, la fotografia opera una curiosa alquimia que consiste en reunir al paria con su doble, de hacer del observador los pares y el alter ego del que es mostrado. La muerte espera al monstruo al final del camino y la pose fotográfica no es otra cosa que un corto paréntesis en su vertiginosa carrera que lo conduce al abismo. Apenas la foto terminada, el mostruo regresa al reino de las tinieblas donde lo espera una cituación tanto más insoportable por haberse creído momentáneamente liberado … Hay otra verdad que la fotografía nos dice : fotografiar no cura a los monstruos del traumatismo por los cuales fueron mostrados. »

« Este modo de interrogar lo real revelando el sentimiento de amenaza que se desprende del entorno personal, como si el mismo decorado representase por sí mismo la premonición del peligro, como si cada objeto lo denunciase, como si todo tuviese una significación secreta que el fotógrafo debe descubrir, como si cada habitación, extrangera a sus habitantes, se confesase, Arbus quizás lo haya heredado de Bill Brandt, que en los años treinta fotografia el Londres de los pobres y miserables, dispuesto a mostrar a los ingleses su verdadero rostro. »




 
 
 

Según dicen, ya en la escuela sus compañeros se preguntaban de dónde sacaba Ferrari los libros que leía.
Estos que están aquí no son un ejemplo, ni mucho menos una selección. Son solo unos pocos de los tantos libros que descubrimos con él.
No sabemos cuáles hubiese elegido Ferrari para nombrar, ni cuáles se hubiese llevado a una isla, como acostumbran preguntar en las entrevistas de televisión.
Son solo un puñado de libros, libros que él tuvo y que pudo aconsejar, prestar, regalar o comentar.
Están aquí para recordarnos sus infinitas lecturas, y su íntima amistad con el libro. Lecturas que hacía compartir a quienes lo rodeaban, y principalmente a sus alumnos, y que él enriquecía con sus comentarios y con su entusiasmo, con su manera de traducir en palabras simples los conceptos más difíciles y esenciales.