Serie de trabajos seguramente realizados durante uno de sus viajes al norte a principios de los años '70. Estos dibujos nos parecen desprovistos de la atmósfera de dramaticidad o decadencia a la que nos han habituado las pinturas críticas y despiadadas de Grosz, Beckman y Dix o de la lánguida tristeza de los monotipos de Degas.
Reproducen más bien una  ingenuidad velada detrás de gestos aprendidos.
Ferrari da imagen a relatos, historias de las que fue interlocutor excepcional y privilegiado. No pinta biografías, no describe ambientes, revela la amibigüedad yacente de “las chicas” que la noche quiere como de “la vida” y que la luz del día descubre ingenuas, viviendo una religiosidad hecha de rezos, estampitas, medallas y señales de la cruz. Una dualidad cuyo imaginario no quiere que una zona toque la otra, como en una suerte de desdoblamiento. Que permite una fuga del cuerpo y con ello una cierta fantasía de sobrevivencia donde estas estampitas y rezos, son los ritos através de los cuales algo es exorcisado. En estas técnicas mixtas Ferrari las rescata en su ingenuidad, en su total falta de malicia, en gestos actuados; un contraste que lo separa de la visión terrible de los alemanes no solo en el estilo sino también en el concepto.

Son de las pocas obras que sabemos fueron tituladas por Ferrari. Títulos simples, sin eufemismos, en algunos casos nombres propios que individualizan un personaje devolviendole subjetividad. "La Chicas", "Patricia", "Lucy" son contemporaneamente sujeto y sujeto pictórico.
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