Una tarde, Ferrari, me llama entusiasmado : “ ¡ Parece que hay un Lacámera en una subasta ! Yo creo que habría que ir …¡ Lacámera se ven muy pocos !”
La cita fue esa misma tarde en un café de Avenida de Mayo y Perú, cuando yo llegué él ya estaba con su capuchino ; hacía frío, tenía puesto su lindísimo sobretodo jaspeado, el de siempre.
De ahí nos fuimos –me llevó- caminando, como un joven disfrutando de un paseo, hasta la calle Arroyo. Las obras estaban expuestas en los salones de un Petit Hotel de los que abundaban en aquel barrio, y de los que cada vez quedan menos.
Y allí estaba Lacámera, casi diría : como esperándolo.

 
 
En una ocasión Lacámera estaba utilizando como modelo una simple lata de querosene transformada, como era su costumbre, en macetero. Un amigo, al verlo, le dice con la mejor de las intenciones: “-pero cómo, déjese de embromar, tire eso, yo le voy a traer unos lindos jarrones.”- Lacámera le responde : -“Aquí no se trae nada, y esa lata no se tira. Esa lata soy yo.”

« Las cosas que pinto están casi siempre asociadas a algún recuerdo. Si no son recuerdos, deben ser cosas a las que por lo menos me he acostumbrado. Mi obra es simplemente una confidencia. »

Las referencias a las que podía aludir Ferrari en sus clases o en sus conversaciones eran múltiples. De Leonardo a Rothko, o del Egipto a Freud. Pero nunca se le pasaba por alto lo “nuestro”, lo que él, italiano, sentía como nuestro.
Me acuerdo, en la escuela, cuando elogió El collar de Venecia, o la vez aquella que un alumno habló de las planchadoras de Picasso, y Pipo las calificó, como las de Degas, de mujeres vencidas, tan diferentes a La planchadora de Spilimbergo, a su actitud, y a la dignidad con la que la representaba.
Además de hacer dialogar Spilimbergo con la historia del arte, estos comentarios, hechos como al pasar y al margen de lo meramente plástico, tenían la cualidad de abrir la lectura de la obra, de conectarla con su época, con su concepto de vida, de hacernos ver “el arte” como algo que se nutre de una realidad y una sociedad a la que a su vez enriquece.
Aunque parezca mentira, estos ejemplos, este trabajo de análisis tomando como referencias obras de nuestro país, descubriendo lo que teníamos al lado, no era habitual. Los ejemplos eran siempre los mismos, los gigantes del arte universal que se podían ver en los libros.
Así, también nos acercaba a la obra en oposición a la reproducción, y nos acercaba al país, y a nosotros. Ferrari conocía mucho de arte argentino, de hecho, las dos obras citadas, por pertenecer a colecciones particulares son difíciles de ver ; pero él las conocía y las conocía muy bien.




 
 
 



 

 

 

Recortes del diario Clarín 1980/1981circa







 
Fortunato Lacámera




Hijo de una familia de catorce hermanos, nace en Buenos Aires, en el barrio de La Boca, el 5 de octubre de 1887. A los once años pierde a su padre y encuentra empleo en el Ferrocarril Sur como aprendiz de telegrafista, ocupando varios cargos y trabajando largo tiempo en la estación Casa Amarilla. A los los 25 años, cuando quieren nombrarlo como jefe de estación renuncia a su puesto para no verse obligado a dejar la ciudad. Es entonces cuando estudia durante algunos meses con Alfredo Lazzari quien lo inicia en la pintura decorativa muy en boga en las construcciones de la época ; más tarde, al cambiar los estilos arquitectónicos comienza a trabajr como pintor de obra.

En 1919 figura por primera vez en un salón nacional y en 1922 realiza su primer muestra individual. Sus primeros paisajes muestran la influencia del impresionismo ; pero llega rápidamente a la madurez de su obra de un raro rigor formal, subjetivo e intimista.

En 1939 ingresa como docente en la Escuela Técnica de Oficios n° 4 y en 1940 funda la agrupación de gente de arte y letras Impulso.

Su taller estaba en la calle Pedro de Mendoza y Australia, frente al Riachuelo. Muere el 26 de febrero de 1951.



Fotografía de A. Saderman