Otra Mirada


A pesar de su pudor y retisencia a grabaciones, fotos y videos, Ricardo Coppa Oliver aceptó la propuesta de conversar sobre Ferrari. El encuentro fue en su galería de la calle Talcahuano, el 6 de junio de 2008.




Pipo Ferrari, nombrarlo me evoca a ese gran artista que día a día, año tras año, cada vez que me lo encontraba y le proponía que expusiese, me contestaba con ese acento tan característico que tenía : « ¡Coppa! ¡El año que viene …! »
Ese “año que viene” fue postergándose hasta que al final, un día, luego de algunos años de no vernos, supe que había fallecido.
En su momento rememoré muchos pasajes de nuestra relación.
Ferrari era una persona singular. Un gran artista, pero por sobre todas las cosas, y lo digo yo, que ya tengo mis años y que la vida me ha enseñado bastante, un gran hombre.
Hubo muchas envidias alrededor de él. Sin embargo él no quería exponer sus pinturas, no sabemos bien por qué razón, pero es así como él lo había dispuesto.

Evoco su nombre y recuerdo los momentos y conversaciones compartidas, podría decir convividas, es que a través de su palabra era como si uno descubriese cosas que siempre había sentido. Así pude compartir las mismas sensaciones, sobre la pintura, sobre el arte en toda su amplitud, y sobre las posibilidades del desarrollo de la personalidad humana a través de estos medios.
Pipo era tímido. Un gran artista, un gran conocedor. Y lo repito, por sobre todas las cosas, una persona de bien.
Lo que siempre nos llama la atención es que no quisiese exponer. Recordemos que las dos exposiciones que Pipo hizo en vida fueron organizadas por sus amigos, de puro prepo, como decimos los criollos.
Pujía me contó que una vez, en esa casa que tenían allá en Flores, una tarde que Pipo no estaba, entró a su taller y vio unas técnicas mixtas magníficas sobre la mesa de trabajo. Entonces, cuando vuelve Pipo, le dice : « ¡Pero cómo no le mostrás esto a la gente! » - Ferrari, entre sorprendido y enojado empezó a protestarle y a decirle que por qué no respetaba la propiedad privada y no sé cuántas cosas más. Pujía recuerda esto con mucho humor y con mucho afecto.

Durante años lo invité a exponer, siempre me contestaba lo mismo : « ¡Coppa! ¡No estoy preparado! ». Era, evidentemente, una muletilla que él tenía para evitar el contacto con el público.
No sé si era temor o que él consideraba que una obra no estaba nunca terminada. Para mi modo de ver, su temor, si es que de eso se trataba, era totalmente infundado. Tenía un gran sentido de la perfección que lo dominaba. Consideraba siempre que le faltaba trabajar. Todo eso, más razones que nunca sabremos, hizo que fuese retrasando su aparición.
Pero la gente sabía “lo que era” Pipo Ferrari.

Luego de su fallecimiento, llegamos a un acuerdo con su familia y me hice cargo de su obra, lo que para mí fue un gran honor. A partir de ese momento empezamos a exponer su trabajo. La primera exposición que realicé fue en el Museo Eduardo Sívori, fue el evento que más gente llevó en toda la historia de ese museo.

También existe el proyecto de editar un libro, la presencia de sus alumnos, a quienes él valoraba terriblemente, me da a pensar que podremos hacer algo bueno.
Pipo debe poder estar donde se merece, donde mereció haber estado.
Representar a un pintor de su clase, para mí es un gran orgullo, pero también una gran responsabilidad.

Me cuesta mucho poder hablar de alguien a quien yo he apreciado horrores.
Bueno: “horrores” está mal dicho, pero quizás eso explique el grado de mi admiración.
Pipo estaba siempre rodeado de grandes artistas. De artistas reconocidos y destacados cada uno en lo suyo. Páez, Pujía, Alonso, Roux … Y a mí me parecía que Pipo pasaba como una sombra al lado de ellos. Realmente, era porque él quería pasar como una sombra. Pipo tenía luz propia, y una luz capaz de iluminar todo a su alrededor.
La prueba es que todos los artistas que lo rodeaban lo admiraban como a ninguno.
En una oportunidad, no hace mucho, hablando de artistas y galerías, el pintor Racciopi me dice : « Pero bueno, Usted tiene al mejor de todos. »- Yo, inocentemente, empecé a sitar nombres y él me dice : « No, Coppa, el mejor es Pipo Ferrari.»

Queda esa pregunta que viene una y otra vez, por qué él no quería que la gente viese sus obras. Se negó a exponer una y otra vez, terminantemente.
Todo el mundo sabía que yo quería hacerle una muestra, no se me dió la ocasión cuando él estaba entre nosotros, pero la vida sí me dió la ocasión de tratar de valorar a quien yo creo que es uno de los grandes artistas argentinos del siglo veinte aún no reconocido.
No hablo de pesos ni de tasasiones, hablo de una trayectoria que se extiende aun en su incalculable actividad pedagógica. Hablo de la calidad del artista y del valor de su obra.





 
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Ricardo Coppa Oliver

Desde muy joven se interesó por las artes plásticas y en 1970 crea su primer sociedad, Inter-Ho Art Gallery, para promocionar muestras de pintores argentinos y uruguayos en el exterior. En 1975 funda “Palatina”, que fue la primer galería en instalarse en la calle Arroyo, en la ciudad de Buenos Aires. Posteriormente y en sociedad con Marina Pellegrini, dirige “Principium”. A partir de 2005 crea un nuevo espacio, llamado Coppa Oliver Arte.

En todos estos años ha representado o difundido artistas argentinos como Kazuya Sakai, Grete Stern, Carlos Alonso, Antonio Pujía, Carlos Gorriarena y tantos otros.