En una casa del norte de Italia, tres hermanos juegan en el salón. La madre, que los escucha mientras teje, deja su sillón de mimbre para ir a poner manzanas que perfumen la ropa ordenada esa misma mañana en los armarios. Uno de los niños mira hacia la ventana, la luz entra através de las persianas entornadas, ilumina los muebles y dibuja siluetas en los muros. Tararea, casi en un murmullo, una vieja canción escuchada horas antes en la plaza. La misma plaza que con sus hermanos había cruzado corriendo y riendo al salir de la iglesia. Era domingo.
1
El día de Reyes de 1930 nació en Milán el segundo hijo varón de Doménico Ferrari y Aída Baffini. Lo inscribieron y bautizaron bajo el nombre de Giuseppe. Más tarde los amigos lo llamarían Pipo.
El matrimonio era joven; pero los años pasan y a medida que los niños crecen Aída comienza a preocuparse por la nueva educación que impone el régimen de Mussolini. Tampoco le gustan todos esos uniformes que se ven por las calles. Puede que sean estos temores los que la llevan a evocar los campos que los Baffini tienen en La Pampa. En aquella Argentina que había tentado a tantos emigrantes y donde ella misma había nacido un 7 de noviembre.

Pipo no había aún empezado la escuela cuando la familia decide intentar nueva suerte. Es entonces el inicio de un largo viaje.

2

Podemos pensar que en el puerto de Génova casi no se podía caminar aquel día. Los llantos de los que se despedían anunciaban la travesía y la distancia. El gran barco es un laberinto de camarotes, escaleras y corredores. Sobre el mar los días se suceden y los dos hermanos y Margarita, la menor de la familia, van haciéndose nuevos amigos. Jugando, aprenden a distinguir los diversos acentos y dialectos del país. Quién nos dice que no es allí donde conocen íntimamente Italia.También descubren el inmenso horizonte, distinto pero casi tan grande como el que verían luego en la pampa, y nunca imaginado en Lombardía.




 
 

     
Bolivia, 1994