Una imagen emblemática y de neto corte propagandístico del régimen fascista donde ambos retratos, el del rey Vittorio Emanuele III y Benito Mussolini, adquieren, como el Duomo de Milán, el carácter de símbolos representativos de la italianidad, no solo del poder sino también de la cultura, el arte, la historia.
En este contexto no es difícil imaginar la preocupación por el futuro que se le presentaba a la familia Ferrari.