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Ya en Argentina visitan Buenos Aires. Viajan a La Pampa con el tren que yendo hacia el oeste corre paralelo a la Avenida Rivadavia. Pasan por Luján, Chivilcoy, Baradero, atravesando la provincia.
En Caleufú se encuentran con el abuelo Albino Baffini, un pionero del lugar, fundador de otros pueblos de la zona a quien aun hoy se lo recuerda en las fiestas locales. No eran raros en aquella región los inmigrantes italianos, como lo prueban pueblos llamados Ingeniero Luiggi o Alta Italia, tampoco lo eran los nativos con quienes comerciaban.
Meses más tarde, y a pesar de la situación europea, la familia Ferrari regresa a Italia.
Un año después, en 1939, Pipo que frecuentaba la escuela Carlo Pisacane deberá, como muchos otros niños interrumpir sus estudios. No obstante la edad y ser veterano de la primera guerra, su padre es llamado nuevamente al frente. Aída, con los hijos, vuelve a la Argentina con la promesa de retornar a Milán finalizada la guerra. Conocerán largos años de dificultades e incertidumbre.

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A partir de 1940 viven en el barrio porteño de Villa Urquiza, en casa de amigos de la familia. Pasan momentos de graves dificultades económicas.
Los tres hermanos estudian en escuelas públicas, Ferrari se destaca en matemáticas y dibujo.
En ese período sufre una intervención quirúrgica que, sumada a los momentos difíciles que estaban pasando, lo afecta particularmente. Como consecuencia de esto se interroga sobre la muerte y la transfiguración, la multiplicidad y el devenir, lo que naturalmente lo lleva a la lectura de las mitologías, las religiones, y muy especialmente al estudio de la cultura egipcia. Recorriendo bibliotecas donde documentarse, el empleado de una de ellas, un tal Borges, siente curiosidad por aquel niño : « Y dígame, Usted ¿ no es muy pequeño para interesarse por estas cosas ? », mantendrán varios diálogos antes que Pipo sepa que aquel bibliotecario también escribía.